Foto grupal 651

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lunes, 8 de marzo de 2010

Un Aleph / Ataraxia



Jessica Itzel Herrera Sanchez

Había una vez un príncipe que era tan solo a quien nadie respetaba por su torpeza, para el cualquier cosa podía ocurrir durante su tiempo de vida, tan simplemente un contexto que se había metido en la cabeza; su lugar donde pasaba el tiempo no era muy concurrido, el lo llamaba Aleph por la complicada descripción.

Cuando era pequeño siempre tuvo problemas porque los niños no lo querían, lo llegaron a apodar “el sapo” por torpe y feo; no tuvo otra alternativa más que alejarse de esa sociedad llena de hipocresía, contradictoriamente a la fantasía con la que el pensaba. Un día caminando por el solitario castillo vio que en el piso había tirados un largo caminito con chicharos que los recogió hasta llegar a una máquina del tiempo, estos chicharon no solo lo habían llevado a la maquina sino que también eran mágicos; él nunca lo supo hasta que le ocurrió dárselos a una burro que estaba cerca y luego de haberlos comido el burro comenzó a hablar. Fue muy sorpresivo pero el burro salió siendo su mejor compañero y juntos exploraron a donde los llevaría esa máquina del tiempo, así fue como llegaron al Aleph, gracias a una maquina, para ellos el Aleph era un lugar para despejarse y ver el paisaje del mundo.

Conforme paso el tiempo ellos nunca dijeron cual era el lugar de reunión y solían irse con comida, música y porque no un barril de cerveza; con solo el fin de apartarse del mundo y sus grandes criticas.


Zúñiga Apipilhuasco Jenylin 651

Ataraxia (cuento).

Por las noches puedo escuchar a los grillos y los automóviles, casi al mismo tiempo. Eso ocurre la mayoría de las ocasiones, pero no todas, porque no siempre duermo en el mismo lugar. De cualquier manera, todos esos ruidos interfieren con mis lecturas nocturnas y sólo he estado en un lugar donde se escucha el silencio.

La excursión hasta ahí fue en marzo, cuando solían hacer retiros a un convento por parte de la escuela a la que asistía. Cerca del lugar había una iglesia, católica naturalmente, pero ese no es precisamente el lugar donde se desarrollaron los hechos. Menciono lo anterior ya que pude escaparme de la misa unos minutos después de que iniciara, con el pretexto de ir al autobús a buscar mi “biblia”. Lo que mis profesores no sabían es que así llamo a mi libro de álgebra.

Una vez que tuve mi “biblia” en las manos, no me dieron ganas de regresar con los demás. Decidí ir a un sitio bien iluminado para poder leer y a la intemperie para no perderme de la frescura y el olor del lugar, lo encontré no muy alejado. Miré el cielo antes de abrir mi libro y respiré profundo, el color azul sólo lo he visto en zonas como esa o en algunos dibujos artísticos.

Acababa de leer el título “ecuaciones de segundo grado” cuando se me acercó un hombre quien parecía haber estado observándome todo el tiempo, lo cual me pareció incómodo. Por su ropa, supe que era alguien de la iglesia. Me dijo que los alrededores no pertenecían a ellos, pero que no me obligaría a irme porque el lugar era seguro y me notaba muy cómodo.

Cuando se fue me paré de la piedra donde estaba y seguí leyendo, sin poner atención a todo lo demás. Mientras leía, comencé a caminar por lo que me pareció un terreno plano, rodeado de unos cuantos árboles, al llegar a la frase “progresión aritmética es toda serie en la cual cada término después del primero se obtiene sumándole al término anterior una cantidad constante llamada razón o diferencia” en la página 491, me detuve. Cerré los ojos y repetí el enunciado muchas veces, con el fin de memorizarlo.

Dejé de hacerlo unos segundos después y me percaté de lo lejos que había ido. Frente a mí estaba la entrada enrejada de lo que parecía una unidad con casas muy parecidas entre sí, de hecho, era difícil encontrar la diferencia entre una y otra, además de que estaban alejadas entre una de otra y eran grandes.

Entrar a tal sitio es casi sinónimo de entrar a un mundo nuevo. Las dos puertas de rejas negras, adornadas con dos pinos unidos en forma de arco a ambos lados, no permiten ver más allá de una calle larga, la misma en donde ahora me encontraba. Dar el primer paso hacia el frente es convertirse en un elemento más de ese orden, distinto al del resto del mundo.

Quien ha entrado a Ataraxia ha visto un lugar como ningún otro, tal vez no un lugar, sino un equilibrio y una estabilidad. Ahí todo es construido con una perfecta simetría que se extiende a ambos lados de su calle principal como un reflejo. El piso está pintado de azul y todos los edificios sólo pueden utilizar tres colores establecidos.

Lo anterior se desprende de algunas teorías que se han estudiado desde el principio del tiempo o, mejor dicho, desde el centro del espiral. Según los científicos de Ataraxia, el tiempo da vueltas en forma de espiral que regresa al inicio una y otra vez, así lo que conocemos como el año cero está al inicio del espiral, el cual es escudo de su bandera y se representa con la letra “fi”. Los colores del lugar se eligieron como medio para alcanzar la imperturbabilidad, porque se dice que todo lo que incluye algún tipo de lenguaje, en Ataraxia hace ruido y es contrario a la paz.

Las personas que viven ahí son pocas, generalmente tienen varias casas: una en Ataraxia y las otras en algún otro estado. Hay negocios, pero nadie pone anuncios con enormes cantidades de texto o colores llamativos, eso es mal visto. Las personas prefieren comunicarse con dibujos o señas ya que, según ellos, el fin principal de la boca es introducir el alimento, pero los demás son prescindibles. Por ejemplo, para escribir la palabra “ángulo” sólo se utiliza la letra “L”, y la figura de un triángulo con la de un gato dentro significa que hay tres gatos, por lo tanto, la figura de el mismo triángulo con un ojo dentro se entiende como “tres ojos” y se considera una falacia.

El círculo es considerado la figura perfecta, al igual que la esfera, como la que se encuentra en el centro de la ciudad. Está construida en un terreno amplio y parece un observatorio de cristal, puede ir cualquiera que viva ahí. Dentro hay muchos estantes de donde se pueden tomar libros de la materia que sea, hay sillones y el piso está cubierto de un material blando para poder sentarse.

A ese sitio se le ha llamado “Nucleus” y nunca está lleno. Se dice que los grandes genios como Einstein o Sócrates entraron en armonía con Nucleus o podían viajar periódicamente a un lugar parecido a ese, donde se escucha el completo silencio, sin interrupciones, donde todo está ordenado y establecido.

Ahora lo más cercano en mi vida a Ataraxia son las bibliotecas, las jardineras de la escuela o los parques solitarios. Aún en las noches no puedo imaginarme que me encuentro ahí porque siempre hay algo que interrumpe el silencio y me impide pensar, así que opto por sentarme a escribir en la computadora y esperar el día en que pueda ir allá nuevamente.

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